El estudio de los envenenamientos por salsa de carne llevados a cabo por el poeta Justinus Kerner alrededor del 1820 en el reino de Würtenburg condujo al descubrimiento de la toxina botulínica (de botulus, salchicha).
Esta neurotoxina está producida por la bacteria Clostridium botulinum y se considera un gran veneno, por su potente efecto de parálisis muscular.
Temida en la antigüedad, ha pasado a ser en la actualidad la molécula deseada por muchos especialistas. El primer uso clínico de dicha toxina, más conocida como bótox, se llevó a cabo en 1977 para corregir un estrabismo. Hoy en día utilizamos pequeñas dosis de toxina botulínica para solucionar problemas de distonías, hiperhidrosis o espasmos musculares. También, en el ámbito de la estética, se utiliza para corregir las arrugas del envejecimiento.
En el área maxilofacial, el bótox tiene múltiples aplicaciones: rejuvenecimiento facial, disfunción miofacial, espasmos musculares, hipertrofias musculares, bruxismo, hiperhidrosis o síndrome de Frey, entre muchas otras.
fuente: instituto maxilofacial